febrero 28, 2013

Un día le estaba contando mi vida al mar.(hoy)

Esta tarde, como casi todas las tardes de jueves, papá descansó y aprovechamos el día cálido para ir a uno de los paseos más tradicionales de la ciudad: vuelta a la bahía en barco.
Esta vez, solo fuimos papá, mis sobrinos y yo. Debo decir que hacía muchos años que no hacía ese paseo.

Me dio mucha tristeza ver que finalmente quitaron el barco hundido que servía de hogar a cientos de focas y lobos marinos, pero eso no fue suficiente para entristecerme. Iba con unas de las personas que más amo en el mundo, y verlos contentos, me puso más contenta aún.

 Y es que en los últimos 60 días, mis días no han sido buenos. Yo no lo había notado hasta hoy.
Durante el paseo en el mar, de pronto comencé a sentir una emoción y una tranquilidad que no había sentido en mucho, mucho tiempo. Tenía ganas de reír, platicar y si hubiese sido posible, hasta podría haberme tirado al mar. Eso imaginaba justamente, una vida en la boya con las focas y comiendo pescado, tirada al sol sin importarme qué tan roja se pusiera mi piel, ni cuántas pecas más le salieran a mi cara y cuántos lunares a mis brazos. Tenía simplemente, ganas de vivir.
...
En los últimos días he cambiado radicalmente mi vida. Dejé los siete semestre de comunicación que para nada sirvieron, pues aún no logro comunicarme con los demás del todo bien.
También tomé la decisión de no trabajar en nada, por nada, con nada; ya que aunque quisiera, no podría.

Luego de tres citas, quizá la doctora por fin me diga si será o no necesaria una cirugía. Ya sabrás cómo me siento, de pronto me encuentro llorando de miedo, de angustia.
De pronto me encuentro llorando cuando veo al perro que me visita sonriendo de verme por las mañanas.
De pronto me encuentro llorando y ni siquiera logro descifrar si es de alegría, rabia o simplemente porque quiero llorar.

Papá y mamá se esfuerzan por sacarme una sonrisa, ya sabes, de esas que a los papás les gustan.
A veces me llevan a cenar, a jugar o simplemente a hacer la despensa.
En ocasiones me río solo por complacerlos.

De verdad que intento hacerles saber que estoy bien, y de verdad me siento bien. Excepto cuando siento los acúfenos por las noches, eso sí que no me gusta.
Al principio, creía que eran normales y que uno tenía que acostumbrarse a vivir siempre acompañada de los ruidos. Llegué a creer en la locura cineasta de escuchar cosas que no te dejan dormir, o por no poder dormir, escuchar cosas.
De ahí en fuera, todo está normal, excepto quizá un poco la soledad. De un portazo cerré varias amistades que quién sabe si algún día se vuelvan a abrir.

También he sentido ese vacío de las personas que abandonan su lugar de origen en busca de algo mejor, pero que, como no les va como esperaban, intentan regresar y seguir como si nada hubiese pasado, pero cuando intentan regresar, ¡bam! se dan cuenta que no pueden dejar lo poquito que han hecho y que no pueden volver al ritmo de vida que llevaban. Nostalgia del hogar, que le llaman.

Y pues mientras se acomoda mi vida, -pensé- seguiré disfrutando del paseo en el mar; pues todo esto reflexionaba cuando el marinero viraba para regresar al muelle, aunque en realidad me daban ganas de nunca regresar y empezar de nuevo ahí mero, en pleno delirio que me causaba el reflejo del sol en el mar.


Y solo me quedó despedirme de él, porque, cuando vives en una ciudad con mar, por mucho que lo ames, a veces se te olvida que siempre está ahí, ahí para escucharte siempre. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario