septiembre 26, 2012

La entrada que no tiene caso que lean.


*Este es un resumen, del resumen, del resumen de lo que pasó ese día*

Ayer, ocho años atrás era sábado.
Yo iba en la secundaria, mi hermana mayor en el bachiller y la menor, bueno la menor supongo que estaba jugando como cualquier niña de primero de primaria.

Como casi todos los sábados, después de reposar la comida visitábamos a los abuelos.
A veces cuando no íbamos con ellos, salíamos a caminar por el malecón del puerto al cual, no tenía mucho que acabábamos de llegar. Una familia común y corriente, clase media y unida hasta la médula. Como cualquier otra para terminar pronto.

Aquel sábado la tarde comenzaba a refrescar, anunciando así el próximo cambio de estación.
Con bolso en mano y casi a punto de subir al carro, me detuve y noseporqué dije: no voy.
Con el pretexto de que mi hermana menor estaba dormida, simplemente dije no. Por lo tanto la mayor también se unió a mi causa y así desde la puerta de la casa despedimos a papá y mamá con la mano.
Esa fue la última vez que vimos nuestro pequeño auto gris.
Segundos después, Montse, mi hermana menor, despertó.

Unas cuántas calles antes de llegar a la casa de mi abuelita, un señor en estado de ebriedad (el alma de las fiestas, ya saben) venía en sentido contrario a mis papás. Lo que siguió no sé cómo describírselos ya que hay muchas versiones e historias, pero todas coincidimos en una: SUFRIMIENTO.

Imaginen la escena: Avenida oscura, sin pavimento y con un vehículo a exceso de velocidad conducido por un hombre que en la fiesta bebió en exceso. Sí los excesos son malos, en definitiva.
Pues bien, chocaron.

La escena fue dramática, mi madre hasta el día de hoy no deja de pensar en aquel día y en qué hubiese pasado si  ese día llevase cinturón de seguridad; mientras que mi padre todavía sigue teniendo pesadillas y claro, ambos comparten secuelas de aquel 25 de septiembre.

Pero Mariana, ¡no se murieron! 
No, y no saben cómo lo agradezco.

Mis papás VS el señor que tomó y se le hizo fácil. Y no estaba chavo.

Papá: Fractura de fémur, lo que le costó dos laargas semanas en el hospital y una cirugía donde taladraron una placa de titanio, la cual hace que se le enfríe la pierna, no pueda subir de peso y tristemente no vuelva a jugar cascaritas de fut, ni ningún juego. Ni volver a correr para ser precisos.
Una costilla rota, y una herida en la ceja (3 puntadas).

Mamá: Fisura en el cráneo del lado derecho. Tres costillas rotas. Fractura de cadera, lado derecho. Y múltiples heridas y cortadas en todo el cuerpo.

Señor: Golpe en la cara. Y ruptura dental en dos piezas.
¡O SEA! 

Como todas las tragicomedias, mis papás (los buenos) se llevaron la peor parte. Y el señor (claro el malo), ni siquiera una fractura en el dedo meñique. ¡UNA FRACTURA POR AMOR DE DIOS!
No hace falta describir cómo nos sentíamos. Los meses que siguieron fueron muy difíciles, tanto en lo emocional como en lo económico. A mis 15 años tuve que portarme como de 30. Y hasta la fecha siguen las  consecuencias.
Hace unos meses mi mamá fue diagnosticada con una enfermedad degenerativa y sin cura.
Mi papá cada día se queja más.

Al parecer, aquel 25 de septiembre todavía no se acaba. Ni se acabará.

Pero no tiene caso que lean esta entrada, porque hasta que no les pase a ustedes o a un ser amado, sabrán  de lo que estoy hablando.